No hay nada más agradable que leer un libro de buenos poemas, porque los buenos poemas hablan de nosotros mismos, de la luz y las tinieblas que llevamos dentro. Todo gran poeta, decía Ortega, nos plagia, nos dice algo que nosotros ya sabíamos, pero de lo que apenas nos percatábamos. De ahí que la poesía nos revele y nos rebela con la convicción de que la palabra poética es una forma de conocimiento esencial de la realidad, y que posibilita, al mismo tiempo, una incursión, una búsqueda trascendente de claridad, de valores superiores en un mundo de apariencias y degradado, que acaso sea necesario cambiar y dotarlo de sentido. Y no estoy hablando de cambios sociales o políticos sino de mayor humanidad y humanismo en nuestras vidas. Me refiero a entender y comprender nuestro paso sobre la tierra en todas sus manifestaciones, sin prejuicio pero con sabiduría. Esto es lo que he pensado y sentido mientras leía la obra de Víctor Manuel Domínguez El vértigo del águila, su segundo libro, que representa un nuevo ciclo, más perfeccionado, de su experiencia creadora. Es cierto que Vito (para sus amigos) no es un novísimo, mucho menos un advenedizo en el mundo de las letras pues ya había publicado, con seguridad y consistencia, Pronombres personales (2001), poemario con el que obtuvo el Primer Premio de Poesía correspondiente al VII Certamen Literario de la Universidad de Sevilla del año 2000.
El mismo título eufónico, El vértigo del Águila, anuncia ya el eje temático que vertebra, organiza y cohesiona esta colección de poemas. ¿Puede el águila, el ave que vuela en las grandes alturas y que tiene la mirada más lejana y penetrante sentir vértigo? ¿O es el águila símbolo del poeta, del creador, que roe, se nutre y alimenta de sus propias entrañas? ¿Qué sentido tiene la palabra vértigo? ¿Es acaso el mareo, la turbación, el trastorno, que padece el hablante ante la página en blanco, ante el lenguaje indomable, que se resiste a nombrar con palabras cabales el misterio de la existencia, “el jugo/ que la vida te entrega...?” La verdad es que el tema central de este libro está en la meditación sobre el poema mismo, en la eficacia, alcance y mezquindad que tiene el lenguaje poético para nombrar el mundo: “una sola palabra/ ese soplo de aire/ esa virtud primera de precisión volátil/ que arrasa y gime y canta y desordena/ todo orden constante en el vacío”. Y así cada poema se nos ofrece como una especie de idea poética, de imagen metafórica, de concepción trágica y zozobrante sobre el enigma de la poesía. ¿Con lo que dice el poema está dicho todo? ¿Siempre queda algo por decir? ¿Es la vida inexpresable en su totalidad? ¿El arcano de la existencia no está en la escritura sino en gozar o sufrir la experiencia inmediata y palpitante? ¿Si no podemos aprehender la esencia de la vida humana vale la pena cantar, escribir...? Con un lenguaje culto, exquisito y refinado, sin caer en tópicos manidos y recurrentes, ni en banalidades ideológicas de ocasión, nuestro querido poeta intenta, trata, busca cómo responder, estremecido e inquieto a esta serie de preguntas. Como el águila, ve el mundo desde arriba, con el vértigo que dan las alturas, pero con la valentía y el coraje suficiente para enfrentarse a la tarea de poner nombre de nuevo al universo, sus cosas y criaturas que lo pueblan.
Noel Rivas Bravo.
