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LOCAL DE ENSAYO O EL VIRTUOSISMO DE LA POÉTICA

 

Han bastado dos poemarios publicados en los últimos años -Pronombres personales (2001) y El vértigo del águila (2015)- para que Vito Domínguez se convierta en una de las voces más potentes y originales de la reciente poesía que corona nuestro particular parnaso lírico. Poseedor de una exquisita técnica literaria, su poesía se mueve de manera acompasada entre los desgarramientos habituales de la modernidad -el problema de la identidad, la nueva sentimentalidad, el vacío existencial, la agonía asfáltica, las tentaciones neoformales o el vértigo conceptual- y sus continuas calas en la cultura clásica, de la que es un intérprete privilegiado, tanto en los temas que trata como en los recursos que utiliza para darle densidad semántica al poema. Y no sólo el mundo clásico se filtra entre sus versos; también lo son las sorprendentes imágenes de filiación mitológica o de raigambre veterotestamentaria, en donde no faltan versos que parecen sacados de nuestro venero tradicional, desde las profundidades abisales de Jorge Manrique o las complejas señales de la poesía mística de los Siglos de Oro a la fascinación y contradicciones que produce el mundo urbano en la poesía que surge tras los escombros de la revolución tecnológica.

    Local de ensayo es un poemario sobre la poesía, lo que quiere decir que tiene en el centro de su creación la propia actividad literaria, escudriñando hasta en sus últimos detalles la pulsión poética que hace posible la creación de un mundo propio y autónomo, lleno de imágenes sorprendentes e impactantes que crujen en el estómago del lector.  Se trata de un libro que mira hacia dentro, que se retuerce de forma metaliteraria en un intento desesperado por delimitar el enigma mismo de la creación poética, que trata de certificar cómo nace el impulso creador a partir del vacío, desde el fracaso cotidiano del propio lenguaje, incapaz de designar a las cosas y dar forma verbal al complejo mundo de los sentimientos. No es casual, por tanto, que la primera parte del libro se llame “Fundamentos de poética”, como si fuera el pórtico teórico necesario para interpretar el conjunto de su poesía, visible en una composición de altos vuelos, “Necrolírica”, en donde se plantea la lengua literaria como un “falso idioma de lo escrito” y el propio oficio de la escritura como una exhumación del tiempo pasado: “escribir es tocar un tiempo muerto”.

 

    Siguiendo la estela de las vanguardias literarias del pasado siglo, este poemario plantea la necesidad de crear toda una visión estética y metafísica de la realidad interior y exterior del hombre, donde no sólo se poetizan los objetos y sus sombras, sino también los huecos que dejan cuando desaparecen (“como un puzle de agua que deshace la noche”), como si la poética de Vito Domínguez permitiera reconstruir el reverso de la realidad, visible en su poema “Fuentes primarias”: “Quien me adivina sabe /curarme las preguntas con heridas”, “si abro una ventana oigo llorar mis sombras / y si cierro mis sombras descubro una ventana”. Y visible también en el recorrido del libro, como vemos en su poema “Hosanna”, perteneciente a la tercera parte, titulada “Pragmática del humo”, en donde hay una suerte de recreación del tópico medieval del “mundo al revés” cuando expresa “Nada en tus dedos reza la piel que no tocaste / Nada desdice el cuerpo que no habló” o subraya la fuerza de imágenes y metáforas que deshuesan la realidad: “La ropa del armario está desnuda” o “El veneno nos teme y cauteriza / las heridas con hiel de la memoria”. En otras ocasiones las metáforas tienen su anclaje en un dolor que va más allá de lo inmediato y parecen consolarse únicamente en los recursos oníricos - “La huella de cristal de un adiós en la tarde” // “Ensuciar tus zapatos en un charco de sueños” (“Los ojos de Diciembre”)-, o estallan en un doloroso panteísmo erótico -“Ella tenía los ojos de las noches salvajes”, / yo a veces enredaba mi vida entre su pelo” (“Retrato de gogó”); “Quitarte la ropa era vestir un sueño” (“Déjà vu”)- o alcanzan su propia densidad poética a través del alambicamiento de metáforas que tienen resonancias épicas y bíblicas: “hoy he de caminar entre mis venas, / coser heridas y entender abismos” (“Llamada perdida”).

 

    En los tres tramos que componen Local de ensayo -“Fundamentos de poética”, “Mitología genética” y “Pragmática del humo”- hay un eje central que trata de dar unidad a la propia concepción rizomática de la poesía: el fracaso metafísico de toda creación poética. Siguiendo la senda de grandes nombres de nuestra tradición, como Álvaro Mutis, Juan Gelman o José Manuel Caballero Bonald, Vito Domínguez registra con sus versos el difícil maridaje que se produce entre el poeta y su lenguaje, visible en muchos poemas del libro -“Cuando abro una palabra veo su pulpa de seda / y oigo cómo grita al perder su latido” (“Poema sin título para un pozo sin fondo”)-, estableciéndose una relación dolorosa entre el hacedor y su mundo verbal -“aprieto fuerte el poema, / los versos crujen, / se clavan en mi palma” (“Necrolírica”), como si la poesía tuviese la posibilidad de ser al mismo tiempo veneno y antídoto: “y el hombre es solo el sueño de una cárcel vacía” (“Círculo vicioso”). Ante la imposibilidad de agotar los pliegues más lejanos e inaccesibles del lenguaje literario, la voz poética que organiza los puntos cardinales del libro opta en muchos momentos por domeñar el carácter insondable de un lenguaje que se resiste a ser encorsetado en otros discursos, porque le va mal la cotidianidad y el manoseo perpetrado por cada una de nuestras rutinas: “Para empezar el día / coges dos hemistiquios como dos rebanadas / de pan tostado a fuego en tu cabeza, / y en gradación perpetua, decreciente y malvada / le metes dentro hipálages jugosas / que huelan a quiasmo matutino” (“Métrica ficcional de andar por casa”). Poesía horneada y casera, como recuerdo, quizás, de pasados oficios del propio poeta. En otros momentos el discurso poético se disfraza de recetario doméstico, como una forma de democratizar y rebajar las tensiones sacralizadoras del lenguaje poético -“Unos gramos de sol sobre la piel del verso. / Cuatro gotas de ausencia, una pizca de olvido” (“El poema”), para recordarle al poeta que más allá de su palabra está el Tiempo, “ese lobo enjaulado”, que trata al bardo como “un dios malherido / que acaba de saber / que es un simple mortal” (“El poema”).

 

    Local de ensayo es un libro importante, rompedor en sus formas, transgresor en sus imágenes, poderoso en su lenguaje que crece sin contemplaciones. Sólo hace falta que el lector entienda que el libro es el mejor lugar para ensayar los nuevos rumbos de la poesía.

 

 

 

 

José Manuel Camacho Delgado

Universidad de Sevilla

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