"CONCIERTO PARA CUERDOS" de José Velázquez.
- Vito Domínguez Calvo
- 3 feb 2017
- 5 Min. de lectura
Casi todos estamos capacitados para escribir un buen poema, un poema digno, hermoso o pleno. ¿Quién no ha escrito un poema alguna vez en su vida?

Casi todos lo hemos hecho, con mejor o peor fortuna. Pero cuando se trata de escribir un libro de poemas, un poemario digno, bien construido, a la manera de una “magnus opus” es entonces cuando comienza la verdadera dificultad. El poeta debería dejar a un lado sus abalorios líricos, su vuelapluma y dotarse de las virtudes de un escritor serio y concienzudo, con una cosmovisión del hecho literario bien estructurada para que el libro resultante no sea una mera colección de poemas sueltos si no algo elaborado con infinita precisión, modelado a conciencia con bisturí de cirujano y construido con las herramientas del mejor de los relojeros, para que acabe siendo, un esbelto edificio del pensamiento humano, sin fallos estructurales o grietas de última hora; y que a su vez esa invención, esa casa habitable, se vea rodeada de un hermoso jardín donde la meditación de los sentidos y el abrazo melódico de la belleza, en cualquiera de sus formas, puedan existir con calma y serenidad.
Esto de lo que hablo sería un ideal, un reto para el que escribe, una poética sobre esqueletos internos y piel tatuada, sobre fondo y forma, sobre arte y artificio. Y este ideal, este equilibrio de dualidades clásicas y hondura contemporánea es lo que ha conseguido José Manuel Velázquez (Sevilla, 1973) en su segundo poemario titulado “Concierto para cuerdos” y por el cual le han otorgado el “Premio de poesía de la Universidad de Sevilla” en el año 2016. En él ha logrado nuestro autor que los 31 poemas que componen este libro no sean una colección de poemas sueltos o independientes sino que formen un todo unitario que van llevando al lector a través de un sentido paisaje interior, de un universo propio, individual, único, y que a su vez consigue estar traspasado por todo aquello que nos resulta cotidiano, común, universal. El apego al mundo de lo real, sin escapismos; las vicisitudes de corte doméstico; el bendito sentido del humor (tan escaso en poesía); y sobre todo la familia como punto de partida o de llegada hacia todo lo importante o necesario.
Cuando a algún poeta se le pregunta ¿para qué sirve la poesía? ¿qué sentido tiene? Sencillamente, en sus respuestas, la mayoría de ellos o no saben contestar con propiedad, o se pierden en respuestas vagas. Creo, sinceramente, que en este libro de Velázquez se puede encontrar la respuesta a esa pregunta, la clave que impulsa al acto poético y que no es otra que el intento de ajustar cuentas con la realidad, ese afán por entender la vida y atraparla en el poema, encerrarla por siempre entre versos para que un buen lector, llegado el día, la libere a través del lenguaje y se deleite con el sabor, el olor, la textura y la forma de aquello que contiene y atrapa al ser humano: la belleza, el tiempo, la muerte, el silencio, la injusticia, la marginalidad, la nostalgia, el amor, los maestros, los padres, los hijos. Todo lo que José Velázquez ha encerrado cuidadosamente en este libro, que más que libro, es un cofre del tesoro, una cápsula del tiempo, unos bienes de la riqueza humana arropada y traspasada por la certera mirada del poeta.
¿Y cómo es y qué es la poesía para J. Velázquez? Otra pregunta complicada que, al leer este poemario, cualquier lector que se precie de serlo, podrá sin duda a sí mismo contestar. Para nuestro poeta, el misterio de su oficio no es otra cosa que el arte de la precisión, el adentrarse en la búsqueda de la máxima expresión del lenguaje, encontrar la palabra exacta, la dicción perfecta, someterse al ritmo de los latidos de su propio corazón lírico, de hacer transparente, casi invisible, la arquitectura métrica, de convertir en mágicos los mecanismos del lenguaje poético con una voz distinta, original, que no olvida la tradición ni a sus maestros pero que canta desde la carne y el hueso el más actual presente que nos abraza y huye. No en vano Velázquez puede que sea uno de los mejores sonetistas que podemos encontrar hoy entre nuestros poetas, aunque eso hay que saber hacerlo y él lo hace magistralmente, sin complejo alguno, sin caer en los típicos errores de fondo y forma, sin que sus endecasílabos parezcan escritos en el XVII. Pero también es un maestro en otro tipo de versificaciones, en otro tipo de estrofas clásicas como el alejandrino o la décima donde brilla con una audacia extrema, a pesar de la responsabilidad que conlleva usar esos metros, o el vértigo que puede uno sentir cuando mira hacia atrás y contempla la altura a la que nuestros poetas clásicos dejaron puesto el listón de calidad, agudeza e ingenio.
Por eso digo que hay que tener un talento y una habilidad desbordante como poeta para salir airoso y digno del reto al que José Velázquez se ha enfrentado al componer este poemario, y de la actitud y forma en que lo ha hecho: con un uso de la técnica a favor y sometida al mensaje; con un uso de la métrica clásica y sus artificios que no es un fin en sí mismo sino la herramienta que construye la banda sonora del poema a través de la armonía vocálica, del ritmo acentual y cómo no, de sus silencios; y con una elección de los diferentes discursos temáticos con los cuales el lector se acaba sintiendo identificado con aquello que cuenta y dice el autor en sus poemas.
Por lo tanto estamos ante un libro de un poeta que se siente maduro en su propuesta y así lo demuestra. Pero también estamos ante un poeta que sabe dotar a su poesía de una frescura actual, que apuesta por traspasarnos la esperanza de que si bien un poema no puede cambiar el mundo, sí puede entenderlo, y atraparlo para poquito a poco, sin duda alguna con convencimiento, hacerlo mejor. Cambiar la forma de mirar puede cambiar al objeto que se mira, o eso parecen decir a cada paso estos versos en la conciencia del lector. Poemas como “Venus”, “Platónica y Celeste”, “Oración Yonqui” o este que paso a poner aquí titulado “A tenor de lo que escribo” son buena prueba de esto que hablo. Este último va dirigido a ese lector ideal, ese lector cómplice, con un horizonte de expectativas definido, poema que goza de un afán metapoético en su discurso y que me va a ayudar a corroborar todo lo dicho anteriormente.
A TENOR DE LO QUE ESCRIBO
Mira el afán que pongo en cada verso
—su métrica implacable—,
el ámbito al que trepan mis palabras
es humano y puntual y acaso firme
voluntad de absoluto.
Te hablaba a ti, que sabes estas cosas
y buscas compañía en el silencio
y muerdes su vacío hasta la náusea.
El mármol de una lápida es más cierto
que su frío epitafio
o el brillo de una lágrima —selecto azar, la luz y el alma
resumiendo la vida—
que vierte entre los hombres su profundo caudal.
Aún hacen falta manos que lleven ese mar hacia
la forma
precisa del poema, así la tierra entraña
el rítmico vaivén de sus mareas.
La luna, el sol o un flexo
sobre este mundo que es fiel a mi tumba,
al hueco que golpeo y se desploma
alrededor, oscuro,
el blanco de una página
y soledad
para hallar el camino.
***
[“CONCIERTO PARA CUERDOS”
José Manuel Velázquez Pérez
Editorial: Secretariado de publicaciones
de la Universidad de Sevilla. Sevilla, 2016]
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