"Reguero de Calcita" Diana Villa
- Vito Domínguez Calvo
- 27 sept 2017
- 5 Min. de lectura
Diana Villa acaba de publicar su primer poemario. Gracias a su generosidad pude leerlo cuando solo era un boceto, un proyecto, un sueño que se iba haciendo realidad. Incluso me atreví a enviarle mi impresión sobre su libro en forma de reseña. Después, cuando decidió editarlo, su autora pensó que esa reseña mía podía ser un buen prólogo para la obra. Dejo aquí el texto que en su día escribí sobre "Reguero de calcita", de Diana Villa, deseando que esta obra tenga una vida larga y sea la puerta de entrada para conocer a esta autora colombiana, interesante, diferente, con una voz original y firme que hace su entrada en el panorama de la poesía actual de la mano de un primer libro al que seguro seguirán más, ya que tiene mucho que decir, y como verán al leerla, sabe decirlo.
"Reguero de calcita" | Diana Villa
[La casa oscura editores, Madrid, 2017]
Escribir sobre este libro de Diana Villa es volver a degustar una serie de poemas rotundos que gozan de una madurez bien construida, donde el pensamiento se torna poesía y las armas de la poesía se ponen al servicio del pensamiento, de la meditación, de la mirada artística que escudriña la realidad, el deseo, los sueños y el pasado remoto o el presente fugaz que oprimen con su angustia al poeta, al creador, poniendo en alerta todos y cada uno de sus sentidos.
En “Reguero de calcita”, título sugerente y revelador, el lector de poesía encontrará esa altura que la máxima expresión de la palabra exige al arte poético, pero también hallará cierta concisión en el uso del lenguaje, cierta desnudez de artificios propia de un respeto hacia el lector que los buenos poetas alcanzan por ese afán de búsqueda de comunicación y complicidad en la palabra. Todo poema es un acto de comunicación, un monólogo de ida y vuelta, una conversación íntima y atemporal entre autor y lector, y esto lo sabe bien Diana Villa. De ahí que en la primera parte de la obra nos ofrezca su autora una certera visión sobre su oficio regalándonos una mirada original que goza de esa voz madura y serena donde la metapoesía hace aparición con la intención de aprehender o explicar el extraño y concienzudo trabajo del poeta. Poemas como “El tormento”, “Nada se espera ya”, “La palabra se despoja” o “Se precipita” son buena prueba de ello. Composiciones donde su creadora habla de la poesía con poesía, desmitificando los altares del demiurgo, haciéndolo sentidamente humano, llevándolo al terreno de la incertidumbre, la duda, el desamparo existencial y los porqués de la vida y sus trasuntos. Y en esto vemos la virtud de su escritura, que no es sabiduría sino su búsqueda, el construir preguntas y perseguir respuestas que, si bien la lírica no puede responder, por no ser su terreno, sí puede formular, elevarlas al vuelo de la meditación de los sentidos empujadas por las alas del pensamiento. En poemas como “La frente desnuda sobre el vidrio” o “Desamparo” tenemos buena prueba de ello, donde la angustia íntima toma las riendas de la significación y muestra, a modo de lienzo sobre la realidad vivida esa otra realidad, de decepción, de crítica, de pesimismo que a veces todos llevamos dentro como un mar ahogado en sí mismo que nos late en el fondo del pecho y ondea su veneno sin compasión alguna. Y es que la vida arrasa, y desgasta, y quema, y acaba impregnando al poema de existencia y conflicto, dando sentido a la entredicha utilidad de la poesía.
Por lo tanto tenemos ante nosotros a una autora que se atreve a sumergirse por los pozos del alma sin hundirse, que ha aprendido a transitar por los melancólicos senderos del silencio: “Éramos el silencio” Y que nos sabe llevar de la mano, poema tras poema, llegándonos directa con versos como este: “/Me coso las arterias con hilos de ceniza./” También descubrimos a una poeta que sabe capitalizar muy bien el tiempo: “/Dilatar los segundos hasta volverlos días, años, metáforas del tiempo./” Que domina el espacio, incluso el espacio inmaterial, intangible: “/Luego, nos penetramos profundamente los ojos./ Desde los ojos./ Hasta los ojos./” Versos con un elegante y sugerente trasfondo erótico que rozan la violencia de lo salvaje y pasional. Una poeta que también se aventura con la temática del dolor, y que pregunta sin complejos: “/¿Qué es el dolor?/ Cómo nombrarlo sin que aletee en los ojos una mariposa,/ sin que gotee sangre de los dedos./” Una poeta que explora los senderos del poema de corte confesional e íntimo, sin pudor y con inteligencia, sin sentimentalismos ocasionales y con una voz sincera, como por ejemplo en los poemas: “Manuscrito roto” o “Muerto de mí”. Significativo es también encontrar ya en la última parte del libro un soneto de alabanza a la mujer: “En mi generación las he encontrado” Valiente punta de lanza ahondando en la temática feminista tan importante en nuestra contemporaneidad, asunto que enriquece la visión general del libro y su principio último. No se puede olvidar mencionar ese otro soneto titulado: “Perdóname la angustia y el temblor en la mano.” Texto que reúne en sí mismo la virtud del saber mostrar a través de la lírica el dolor común como dolor propio y hacerlo de carne y hueso para así, de esta forma y manera, acabar ampliando el horizonte de expectativas del lector enfrentándole a la realidad más inmediata, al trasfondo político y social de una patria herida, de un país y su conflicto, de una madre patria que duele y se sufre en la masmédula. Y todavía le queda una grata sorpresa al lector cuando se acerca a los tres últimos poemas de la obra. Poemas éstos construidos en versos alejandrinos donde Diana Villa se muestra magistral en el uso de esa métrica, de esa versificación y su belleza fónica, sabiendo sacarle toda la musicalidad y su ritmo dejando un buen sabor de boca en el lector. Son tres poemas finales que denotan que su autora ha leído y se ha empapado de la tradición, que sabe y entiende a la perfección el oficio de poeta: “/las voces que me siguen cantando en los oídos./” y que también ha sabido llevar a su terreno las eternas temáticas de la lírica a un lenguaje poético actual, sin oropeles vacuos, sin ruido de fondo, limpio en las formas y lleno en contenido, elegante hasta alcanzar en algunas composiciones ese tipo de belleza que no ansía solo ser bella si no también justa, ese tipo de inteligencia alejada de pretensiones que habita en la humildad, ese tipo de musicalidad lírica que envuelve, sin estridencias, al pensamiento y que son virtudes difíciles de encontrar en la poesía joven actual.
Por eso “Reguero de calcita” es un poemario que se defiende solo y por sí mismo, con una musculatura bien estructurada y definida, con una voz original y clara que se te queda dentro, como esa piedra que lanzas al centro de un lago y sus ondas de agua no paran hasta llegar sin prisas a todas tus orillas.
Vito Domínguez Calvo

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