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Papaveri intrecciati

  • Foto del escritor: Vito Domínguez Calvo
    Vito Domínguez Calvo
  • 9 mar 2017
  • 2 Min. de lectura

Avevamo quindici o sedici anni e qualcuno era già esperto di abissi: conoscevamo le droghe, le donne, le lune e la fine di alcune autostrade. A nessuno importava della nostra tendenza innata per la desolazione della periferia, il rosso rumore delle scazzottate o l’ultima verità dei camaleonti. È che sapevamo poco o niente del mondo e delle sue bugie, ciò che devono sapere coloro i quali non hanno visto l’ostinazione del tempo, la gente che muore, le divinità che non esistono e il fumo che ci rimane, dopo le parole, tra le labbra addormentate come impronta indelebile del silenzio. La vita si scioglie in corde inimmaginabili, appaiono percorsi in un tempo preciso ed è una terra sconosciuta ciò che prima era un solco degli anni saggi dell’apprendimento. Noi, che eravamo figli iperattivi di un paese addormentato, di emigranti che vi ritornarono giunti agli 80 bilingui e stanchi di vivere dall’altra parte di quelle lettere impacciate e del filo del telefono, lontani, laddove il maledetto denaro, il freddo e la speranza. Noi… ormai non siamo più gli stessi, il volto familiare appare oggi sconosciuto.

Ricordare è un falso genocidio di assenze.

Ma proprio oggi che io non ero in guardia mi è sembrato di vedervi, vederci, il vostro ricordo mi cercava per le strade e i viali, per i parchi e i giardini, por fuertes y fronteras, per tutte le attese che si raccolgono in un giorno. Sì, insieme agli acanti e ai pini, vicino alla mandragora, ai piedi degli ulivi C’ERAVAMO NOI (papaveri intrecciati) gridando rabbiosi

il nostro colore al mondo.

"Pronombres personales" Vito Domínguez Calvo

Ediciones del Movimiento, Maracaibo, Venezuela, 2015.

Traducción de Valeria Decataldo

S

AMAPOLAS TORCIDAS

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

(P. Neruda)

Teníamos quince o dieciséis

y alguno de nosotros ya era experto en abismos:

conocíamos las drogas, las mujeres, las lunas

y el destino final de algunas autopistas.

A nadie le importaba

nuestra tendencia innata

por la desolación del extrarradio,

el rojo sonido de los puñetazos

o la última verdad de los camaleones.

Y es que

sabíamos poco o nada

del mundo y sus mentiras,

lo que deben saber

aquéllos que no han visto

la terquedad del tiempo,

la gente que se muere,

los dioses que no existen

y el humo que nos queda,

después de las palabras,

en los labios dormidos

como huella imborrable del silencio.

La vida se desata en cuerdas impensables,

aparecen caminos en un tiempo preciso

y es una tierra ignota lo que antes era el surco

de los años sabidos en el aprendizaje.

Nosotros, los que éramos

hijos hiperactivos de un pueblo dormitorio,

de emigrantes que volvieron allá por los 80

bilingües y cansados de estar al otro lado

de aquellas torpes cartas y el hilo telefónico,

lejos,

donde el puto dinero,

el frío y la esperanza.

Nosotros...

ya no somos los mismos,

el rostro familiar es hoy desconocido.

Recordar es un falso

genocidio de ausencias.

Pero hoy

que yo no estaba en guardia

me ha parecido veros, vernos,

vuestro recuerdo me buscaba

por calles y avenidas,

por parques y jardines,

por fuertes y fronteras,

por todas las esperas que asoman en un día.

Sí,

junto a los acantos y los pinos,

cerca de la mandrágora,

al pie de los olivos

ESTÁBAMOS NOSOTROS

(amapolas torcidas)

gritándoles de rabia

nuestro color al mundo.


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